Kenia
Parte 1: Primeros pasos
A principio de curso se nos propuso un viaje. Pero este no
era un viaje cualquiera. Este era un viaje a Kenia.
El propósito de este viaje es totalmente altruista ya que no
vamos a visitar, sino a ayudar a los niños y niñas de un pequeño pueblo llamado
Mombasa. Hace un año se propuso a unos alumnos de IB crear un proyecto de CAS
donde se hermanarían los colegios San Cernin y Mbandi. Y eso hicieron. El
proyecto consistía en recaudar fondos para mejorar el colegio de Mombasa e
informar sobre la situación que se vive ahí y sensibilizar lo máximo posible.
A pesar de estar en Kenia durante dos semanas, el trabajo
realmente se hace aquí ya que pocos conocen la situación que se vive ahora en
este tipo de países, y así más y más gente se anime a participar y a ayudar
como pueda. Este año me toca a mí. Después de un periodo de selección nos
dijeron quiénes irían a Kenia y yo he tenido la suerte de estar entre ellos.
Ahora mismo me dirijo a mi primera reunión donde conoceremos
más de cerca el proyecto y lo que tenemos que hacer. Estoy muy contenta,
emocionada y tengo muchas ganas de empezar esta aventura. Pero sobre todo tengo
ganas de ayudar.
Os seguiré informando :)
Parte 2:
Poco a poco se acerca la fecha del viaje. Y poco a poco me
pongo mas nerviosa. Pero son unos nervios bonitos, tengo muchas ganas de que
llegue el día, pero también estoy algo preocupada por todos los preparativos;
visado, vacunas… Que hay que hacer poco a poco y que me da miedo que se me
olviden.
Ya no tenemos reuniones, pero intento seguir informándome sobre
Kenia y lo que vamos hacer para ir lo más preparada posible. También es cierto que
ahora en medio de exámenes no es tan fácil encontrar tiempo para eso.
Hace unas semanas nos pidieron que enviásemos una foto con
una frase que sintetizase nuestro viaje a Kenia. Estuve pensado un buen rato en
lo que significaba este viaje para mí y creo que encontré la frase que (para mí)
resumía perfectamente el viaje: Aprender, conocer y disfrutar. Aprender porque me
gustaría aprender lo máximo sobre ellos su cultura y costumbres, conocerles y
enriquecerme de todo lo que me enseñen. Además, estoy segura de que disfrutare
mucho del viaje.
Os seguiré informando ;)
Parte 3:
Después de numerosos preparativos, llegó el gran día. El viaje que nos cambiaría a todos. Para poder explicar de forma adecuada todo lo que hice y experimenté, contaré este viaje en forma de diario. Empezamos.
(Si le das a las fotos se pueden ver ampliadas)
Parte 3:
Después de numerosos preparativos, llegó el gran día. El viaje que nos cambiaría a todos. Para poder explicar de forma adecuada todo lo que hice y experimenté, contaré este viaje en forma de diario. Empezamos.
(Si le das a las fotos se pueden ver ampliadas)
Primer
día: el viaje.
Me levanté hacia las 7 de la mañana con los nervios a flor de
piel para ir a la estación de tren de Pamplona que nos llevaría directos a
Madrid. Todos estábamos muy nerviosos y emocionados por la idea de viajar a
Kenia, pasando antes por Doha (capital de Catar). Sin embargo, antes siquiera
de montarnos al avión ya nos dimos cuenta del cambio cultural que se acercaba
ya que ahora no viajaríamos a un lugar europeo y eso se notaba por la gente que
embarcaba.
Esta sensación se reforzó cuando, al subir al avión, además de
tener todas las indicaciones en árabe e inglés tenías la posibilidad de
escuchar el Corán en el avión. Es algo que me llamo la atención ya que no me
solía pasar eso cuando viajaba en avión. El primer viaje, de Madrid a Doha, duró
7 horas y me permitió descubrir el maravilloso mundo de los trayectos largos,
durante los cuales tienes tiempo de comer, dormir y ver la tele de la forma más
cómoda. Para mí era la primera vez.
Cuando llegamos al aeropuerto de Doha tuvimos la sensación de
haber entrado en un mundo paralelo al nuestro. La infraestructura y la
tecnología eran impresionante, pero más impresionante aun fue llegar al
aeropuerto de Mombasa que ofrecía un gran contraste comparado con el de Doha. Allí
fui consciente de que, en adelante, mi viaje no sería como los de antes.
Segundo día: Bienvenidos a Kenia.
Cuando llegamos a Mombasa nos esperaba en la puerta del
aeropuerto el que sería de ahora en adelante nuestro acompañante por Kenia:
Abdalá. Después de hacer las presentaciones nos montamos catorce en un mini bus
(lo que al principio parecía imposible).
Este nos llevaría a una especie de lago donde cogeríamos un barquichuelo
que nos depositaria en Tsunza (el primer pueblo que visitaríamos). Nada más
llegar, los habitantes del pueblo nos recibieron cantando y bailando (algo que
es muy típico de allí, como descubriríamos más adelante); nosotros nos unimos a
sus bailes y después fuimos andando hasta el pueblo donde dormiríamos.
Desde el principio me sorprendió lo generosos que son. Nos lo
habían mostrado al coger la barca y limpiarnos los pies manchados por el barro.
Nos lo confirmaron cuando las mujeres, sin inmutarse, cogieron nuestras maletas
(que pesaban alrededor de 20 kilos cada una) y se las pusieron en la cabeza
para transportarlas hasta el pueblo. Después de enseñarnos donde dormiríamos
nos fuimos con algunos de los niños del pueblo hasta la playa, para bañarnos en
el océano Índico.
Para finalizar el día nos enseñaron el centro médico. Las
instalaciones estaban mejor de lo que me esperaba, pero, en mi opinión, por
desgracia no había tantos recursos como eran necesarios. Nos contaron que, a
pesar de que en Kenia los preservativos son gratis (ya que el SIDA, por
desgracia, es muy común), son muy pocos los que los usan porque no están muy
concienciados sobre este problema. De ahí que una de las ramas de Children of
Africa (asociación de la que hablaré más tarde) se dedique a la prevención del
SIDA en las escuelas.
Tercer día: Rumbo a Mbandi
Para llegar a nuestro nuevo destino nos llevaron hasta el
lago, pero en vez de ir andando fuimos en moto. Ya habíamos visto a mucha gente
utilizar los Boda Boda o Piki Piki como lo llaman ellos y yo tenía entre ganas
y miedo de subirme a una ya que, además de ir sin casco, en muchas ocasiones
podías ver hasta 4 personas en una misma moto. En nuestro caso, fuimos tres (incluido
el conductor) en cada moto. Fue una experiencia que me gustó mucho y me hizo
confiar más en ellos ya que, a pesar de la falta de seguridad, se veía que
controlaban lo que estaban haciendo, y eso me tranquilizó.
Al llegar a Mbandi, los habitantes volvieron a recibirnos
cantando y bailando. Es curioso su recibimiento ya que no nos conocían de nada,
pero desde el principio, nos enseñaron lo mucho que nos querían y lo contentos
que estaban de vernos, algo que no se ve en todas partes, especialmente cuando
eres nuevo o procedes de otra cultura o de un país totalmente distinto. Es más,
aquí en Europa, por desgracia, no se les acogería de esa forma. Tuve la sensación
de que, por su parte, no existen prejuicios y que nos van a tratar como al
resto, e incluso mejor.
Después de presentarnos al pueblo recibimos los nombres
keniatas que usaríamos en adelante. Fue un gesto muy bonito ya que, a partir de
entonces asociaríamos ese nombre con muy buenos recuerdos y un trocito de Kenia.
A mí me dieron el nombre de Chisi y, días más tarde, pude conocer a otra chica
con el mismo nombre; enseguida nos hicimos buenas amigas.
Poco a poco fuimos conociendo a la gente que vivía en el
pueblo y que nos dejarían dormir en sus casas. Me sorprendió gratamente que nos
dieran sus mejores habitaciones, camas y casas para dormir. Ellos podían tener
poco, pero todo lo mejor de lo poco que tenían era para los demás. Creo que los
occidentales tenemos mucho que aprender sobre esto.
Por la tarde estuvimos jugando a diferentes juegos, mezclando
algunos de nuestra cultura con los de la suya. Me llamo la atención los muchos
juegos que conocían que incluían canciones y bailes; se pasaban gran parte del
tiempo cantando y bailando, y lo hacían muy bien. A veces daba la sensación de que
no tenían ningún tipo de vergüenza ya que, si sonaba una canción, todos se
ponían a bailarla o a cantarla, algo que a mí me costaba un poco más. También
me di cuenta que sus juegos son muy parecidos a los que había antes en España;
con muy poco te podías divertir mucho, mientras que hoy en día, los niños
necesitan todo tipo de juguetes para pasarlo bien. El aburrimiento viene muy
bien para desarrollar la imaginación y divertirte después un montón con una
rueda y un palo.
Cuarto día: La cocina.
Para empezar el día fuimos hasta el colegio hermanado con San
Cernin para conocer a los alumnos y jugar con ellos gran parte de la mañana.
Nos comunicábamos en inglés ya que nuestro nivel de suajili no era muy bueno, pero,
a pesar de ello, nos podíamos comunicar bien con todos. Durante estos juegos
pude ver la cantidad de energía que tienen a pesar de no comer mucho y trabajar
tanto. También me sorprendió el hecho de que no bebieran casi agua, al
contrario de nosotros, que estábamos gran parte del día deshidratados.
Para integrarnos más en la cultura africana nosotros nos
encargábamos (con otras mujeres) de hacer las comidas y fregar a su modo. A mí
me tocó varias veces hacer la cena y como cenábamos hacia las 7 o antes, a las
3 ya estábamos en la cocina para hacer mahambri,
chapati o lo que nos mandaran. Me gustaba
mucho cocinar con las mujeres, y compartiendo esos ratos con ellas pude ver que
no tienen una vida fácil pero que son muy capaces de hacer lo que sea. Cocinar
en esas condiciones requiere mucha paciencia, no hay hornos ni placas. Además,
para ser más eficaz y rápido hay que controlar bien la técnica. Todas estas cualidades
las tienen estas mujeres y tienen mucho mérito porque pasarse cuatro horas para
hacer una cena que se comerá en 10 minutos todos los días, no es fácil.
La comida en Kenia no es muy variada, no porque no quieran
sino porque no tienen mucha variedad de productos. A pesar de eso, son capaces de
arreglarse y hacer grandes manjares diferentes con muy poco. Uno de mis platos
favoritos era el chapati con alubias.
El chapati es como una crêpe hecha de harina, agua, sal y
azúcar (mucho azúcar). Después de hacer la masa se fríe con aceite de palma. El
mahambri no es muy diferente ya que está
hecho con los mismos ingredientes (añadiendo levadura) pero se deja fermentar y
en este caso tiene forma de triángulo. Es parecido a un bollo y se puede
acompañar con todo. Sin duda es una de las cosas que más echo de menos ahora.
También podía pasar que un día cenáramos ugali que es una masa (parecida a la miga de pan) hecha con agua y
harina (solamente). Es la comida favorita (o la única) de muchos keniatas, que
comen como plato único o como acompañamiento. A mí este plato, a pesar de no
saber a nada no me gustaba, pero afortunadamente no tuve que comerlo muchas
veces. Otra de las cosas que comíamos mucho era el arroz. Para preparar el
arroz y que tuviera más sabor se hierve con agua de coco ya que el coco (como
el mango) es una fruta que abunda por allí y que tuvimos la suerte de comer en muchas
ocasiones. Varias veces (sobre todo cuando llegábamos a un pueblo) se nos
regalaba un coco, para beber el agua y después cortar y comer la “carne”.
Lo que más eche de menos en cuanto a comida fue la carne y el
pescado. Por desgracia, en Kenia, no abundan. Podíamos ver cabras, vacas y
gallinas por todo el pueblo, pero no estaban muy nutridas y cuando, el día que
nos fuimos, mataron una cabra para nosotros (otra muestra de generosidad por su
parte) había más grasa y hueso que carne. No quiero que dé la sensación de que
me estoy quejando (porque no es así), simplemente he podido reflexionar acerca
de la variedad de comida a la que estamos acostumbrados y como, a pesar de
tener tan poco, ellos estaban deseosos de sacrificar su mejor cabra para darnos
de comer. Su generosidad en ese momento me desconcertó.
Quinto día: Una jornada en Mbandi
Después de despertarnos, cambiarnos y desayunar todos juntos
todas las mañanas nos dirigíamos a el colegio que esta hermanado con San Cernin,
en Mbandi. Nuestra estancia coincidió con un período en el que ellos tenían
fiesta y, por lo tanto, tienen prohibido tener clase. Aun así, como estábamos
allí, muchos de los alumnos venían todos los días para estar con nosotros, lo
cual muestra una vez más su generosidad, su compromiso y lo abnegados que son (era
ilegal tener clase en esas fechas).
En el colegio, aparte de hacer intercambio entre los juegos
keniatas y españoles teníamos clases donde nosotros aprendíamos más sobre su
cultura y ellos más de la nuestra. Los primeros días se centraron en nosotros,
por lo que hablamos sobre nuestro país, ciudad y colegio. Mostraban mucho
interés (sobre todo los profesores) por nuestra cultura y nuestra forma de
pensar o ver las cosas. Ellos también nos enseñaron muchas cosas suyas, por
ejemplo, un día hicieron juguetes caseros, es decir, utilizando ramas de árboles
y cuerdas consiguieron hacer unos coches de juguete impresionantes. Eran muy
creativos, auténticos “manitas”.
Las tardes no se centraban tanto en el colegio, por lo que un
hicimos una carrera para así poder premiar a los ganadores y participantes. La
idea era no dar regalos traídos de España como si fuéramos Papa Noel, sino como
recompensa por su trabajo. Me pareció muy buena idea porque así el esfuerzo y
la participación serían recompensados. Esa misma tarde se les mandó a los
chicos a hacer una letrina y las chicas, en cambio, fuimos a arreglar el huerto
(aunque nos cargamos media plantación). Este micro machismo es algo que se veía
a menudo en el pueblo, pero yo intentaba no darle mucha importancia, ya que
tenemos culturas y pensamientos distintos y hay que respetarlos.
Sexto día: El mercado.
Un día fuimos al mercado para ver todo lo que vendían. Fuera
del pueblo, hubo muchas cosas que me llamaron la atención. En primer lugar, cuando
salimos del pueblo las mujeres que normalmente iban cubiertas, pero no de forma
exagerada o todo de negro por el pueblo, en este caso hicieron lo contrario. Iban
vestidas de negro de la cabeza a los pies sin mostrar signos de calor. También
fue curioso el recibimiento que nos dieron; muchas de las personas que allí
estaban (muy probablemente) no habían visto a alguien blanco en su vida. Por lo
que por todos se nos quedaban mirando (lo que era normal).
El mercado era muy parecido a lo que podemos ver en San Fermín,
mantas por el suelo sobre las que, en vez de ropa, vendían comida. Por
desgracia, tampoco había mucha variedad, limpieza o seguridad en lo que
comprabas por lo que, si la comida se vendía en el suelo, no era de extrañar
que acabaras con algún bicho (o enfermedad) después de comprarla.
Séptimo día: Safari.
Uno de los días se nos propuso hacer un Safari, la verdad es
que a mí me hacía mucha ilusión y me gustó mucho la experiencia. Sin embargo,
no estaba muy segura de sí era apropiado ir de Safari cuando había ido a Kenia
para ayudar, y no de vacaciones de ocio. Al principio no quería comentarlo aquí
en el blog porque no me parecía que estuviera relacionado con CAS, pero como me
ha hecho reflexionar sobre mi papel como voluntaria me ha parecido interesante
comentarlo. Me sirve de consuelo el hecho de que gracias a este safari que
hicimos (y pagamos) pudimos contribuir de cierta manera a la subsistencia de
los trabajadores de Kenia.
Aunque sin duda lo que más me sorprendió del Safari no fueron
los animales en sí, sino el recibimiento que tuvimos al volver a Mbandi. Creo
que nunca me habían recibido tan bien y nunca lo volverán a hacer. Todo el
mundo cantaba, bailaba y nos decía lo mucho que nos había echado de menos en
esas pocas horas. A mí esto me emocionó y sorprendió mucho; estaba agotada,
pero me pareció precioso. Nunca me habían recibido así, y ni siquiera mis
padres me iban a dar una bienvenida así después de dos semanas sin verme: al
fin y al cabo, is the african way.
Después de más de una semana, tuvimos que irnos de Mbandi por
problemas de salud y porque estábamos dejando el pueblo sin agua. Esto último
me dio mucha pena ya que ellos nos habían acogido, nos habían dado todo lo que tenían
y nosotros habíamos gastado gran parte de su agua (cuando tampoco había mucha).
Sin embargo, en ningún momento vi caras de reproche o de enfado hacia nosotros
por estarles dejando sin agua y esto me sorprendió mucho. Su generosidad va
mucho más allá de la que yo podía concebir. Para ellos ser generoso era algo
lógico que daban por hecho que había que hacer.
Para despedirnos del pueblo de la mejor manera a la mañana
fuimos a desayunar con los profesores al colegio y, después de oír varios
discursos de agradecimiento y hacernos muchas fotos, llegó la parte más dura: despedirnos
de los niños. En estos pocos días les habíamos cogido mucho cariño a todos y
muchos no pudieron contener las lágrimas al despedirse. Nos dirigimos todos
juntos hasta Mbandi para despedir el resto del pueblo y es ahí cuando nos
encontramos a todo el pueblo reunido para despedirse de nosotros, muchos de
ellos bailando, cantando, y algunos incluso llorando.
Fue
muy duro ya que había que hacerse a la idea de que no volveríamos a verles,
pero yo me mantuve positiva diciendo que volvería a verlos (y eso haré). En
todo este tiempo no me separé de las dos chicas que más amiga me había hecho:
Chisi y Reachol; también tenía muy buena relación con muchos más niños, pero a
ellas les tengo especial cariño. Nos hicimos muchas fotos juntas y bailamos con
el resto. La despedida se hizo muy larga porque no llegaba el autobús y eso era
casi peor ya que alargaba el sufrimiento. Yo al principio no lloré, pero hubo
un momento en el que me rompí. Fue cuando mama Umasi (una de las madres que
cuidaba de nosotros y dueña de una de las casas donde dormíamos) se despidió de
nosotros y empezó a llorar desconsoladamente. Era una mujer de apariencia
irrompible, fuerte, trabajadora pero no pudo aguantar las lágrimas al
despedirse de nosotros y a mí eso me hizo llorar también.
El viaje a Tsunza fue como volver a hacer un safari, vimos
muchos monos (les he cogido fobia) y nos dijeron que podríamos ver elefantes,
pero no tuvimos esa suerte. Al llegar a Tsunza, como ya nos conocían, no nos
hicieron un recibimiento como el de la última vez, pero se reservaban para los
días siguientes. Nos llevaron a dar una vuelta y ver la costa desde una montaña
que tenía vistas preciosas y con eso acabamos nuestra larga jornada.
Últimos días: La vida en Tsunza.
A pesar de ser un pueblo muy bonito con gente muy simpática, personalmente
no llegué a conectar tan bien como hice con el pueblo de Mbandi. Una de las
razones seguramente fue que pasamos solo cuatro días allí, lo cual no es suficiente.
Sin embargo, también pienso que influyó el hecho de que en Tsunza están mucho más
acostumbrados a recibir y despedir a voluntarios mientras que en Mbandi era la
primera vez. Aun así, me lo pasé muy bien con todos e hicimos un montón de
cosas.
Seguíamos una rutina muy similar a la de Mbandi, después de
despertarnos, ayudábamos con el desayuno y después de desayunar nos íbamos a
hacer diferentes actividades. Desarrollamos una especie de gymkana para los
niños del colegio por lo que cada mañana realizábamos juegos muy sencillos a
las diferentes clases (por ejemplo, relevos o el juego de las sillas); todos lo
pasamos muy bien. Mi parte favorita era cuando jugamos a las estatuas con
música que ellos nos habían enseñado, y bailaban y cantaban un montón. Por la
tarde todo era más tranquilo. Un día fuimos a ver como las mujeres hacían
pulseras mientras otros visitaban el centro médico. Fue muy interesante ver
como se organizaban ellas mismas para hacer las pulseras, una tarea
aparentemente sencilla pero que pude comprobar que no lo era tanto. La práctica
hace la perfección y eso se nota porque ellas manejaban perfectamente lo que
hacían y trabajaban a una velocidad de vértigo.
Otra de las tardes fuimos al colegio privado local para hacer
un mini debate con los chicos más mayores. El tema escogido era: ¿por qué es
más importante educar a las mujeres que a los hombres? No me sentía muy cómoda
con esta pregunta ya que, en mi opinión, todos merecemos educación tengamos el
sexo, cultura, edad o pensamientos que tengamos. Aun así, dejé mis ideas a un
lado para concentrarme en el debate. A pesar de ser muy listos me fijé que no
les gustaba expresar sus ideas incluso a sus compañeros. Y muchos al ir a
hablar en público se bloqueaban y acababan sin decir nada. Me dio pena porque hablar
en público me parece algo esencial, que no practicaban. Espero que en el futuro
se imparta más en las clases.
Sin embargo, la visita que más me gustó fue la de Priscila,
que vino al pueblo para vernos. Priscila, que es la hermana de Willy, sigue
teniendo a toda su familia en Tsunza (padres, hijo...) pero ahora vive en
Mombasa para poder estudiar.
Me pareció admirable su compromiso con su trabajo (dirige Kynango for life, una asociación que se encarga de la prevención del SIDA en Kynango) y sus estudios, ya que ha dejado todo para hacer algo que le gustaba. Además, durante esta visita no pudo ver a su hijo y no solía venir a el pueblo.
Me pareció admirable su compromiso con su trabajo (dirige Kynango for life, una asociación que se encarga de la prevención del SIDA en Kynango) y sus estudios, ya que ha dejado todo para hacer algo que le gustaba. Además, durante esta visita no pudo ver a su hijo y no solía venir a el pueblo.
Al estar tan pocos días no pudimos crear relaciones tan
sólidas como en Mbandi. Aun así, conocimos a grandes personas en estos pocos
días. Las madres que nos ayudaban a hacer las comidas (curiosamente, ambas
tenían un hijo llamado Freddie). Una de ellas (Sara) hablaba muy bien inglés y
me sorprendió las conversaciones tan interesantes que tuvimos. Además, su hijo
era monísimo. También pudimos conocer a la famosa Ruquia, de la que nos había
hablado muy bien Pablo. La verdad es que no mentía cuando la elogiaba. Estaba
siempre con nosotros haciéndonos compañía, siempre con una sonrisa, hasta
cuando estaba lavando los platos. Tuve la suerte de hablar un poco con ella y
pude ver enseguida que era una niña muy lista y madura para su edad.
Regreso a casa: Cosas que me han sorprendido.
En estas dos semanas vimos y experiencias muchas cosas que a
veces son muy difíciles de explicar correctamente. En este apartado voy a
intentar explicar lo que más me ha impactado o sorprendido por distintos
puntos:
-
Al
principio, pensaba que no aprendería nada suajili ya que hablaríamos mucho
inglés, pero me equivoqué, aunque no creo que pueda pasar un examen con mi
nivel, estoy muy contenta de lo poco que se.
-
Ya
lo había visto en fotos, pero me sorprendió verlos la mayoría del tiempo
descalzos, pisando todo tipo de basura o cristales. Y no era porque quisieran ir
descalzos, sino porque, desafortunadamente, no tenían nada que ponerse.
-
Esperaba
ver diferentes bichos o arañas, pero lo que no había previsto era la cantidad
de moscas. Sobre todo, a la hora de comer podías encontrarte con diez posadas sobre
ti mientras comías, al tiempo que cincuenta más volaban a tu alrededor. No me
daba asco, más bien me molestaba, pero al cabo de unos días desarrollé una piel
insensible a las moscas.
-
A
pesar de haber una restricción de plástico en Kenia, en los pueblos podías
encontrar gran cantidad de basura de plástico en el suelo, calles… Nosotros
tenemos la suerte de tener barrenderos, basureros y todo tipo de máquinas que retiran
nuestros desechos, pero ellos, por desgracia, tienen que cohabitar con ellos.
-
En
estos pueblos no suele haber televisiones en todas las casas, pero en una de
Mbandi había, y cada noche, después de cenar, todos los niños del pueblo se
concentraban allí para ver la telenovela que ponía la madre. Podía ser malísima,
pero todos estaban contentos de ver la tele. Damos por supuesto que todo el
mundo tiene televisión, pero por desgracia (o por fortuna) no es así.
-
La
educación también es distinta a la que hay en España. Me dio la sensación (en
Mbandi) que los profesores (algunos) no se tomaban en serio las clases, muchos
llegaban tarde (o no llegaban), pegaban a los niños… Sé que yo no soy nadie
para juzgar (y por eso no lo hago) pero fue algo que me llamo la atención y me
impactó. Aunque no era muy diferente hace unos años en España.
-
Me
gustó mucho que nos enseñaran tantas canciones y juegos típicos africanos
porque así siento que, me he llevado algo de cultura keniata y sobre todo, (aunque pueda sonar ñoño) un trozo de su corazón.
-
La
higiene y los sanitarios en general fue sin duda lo que más me impactaron y
afectaron. No soy una persona muy exquisita y si me tengo que duchar una vez
cada tres días no me quejaré. Pero el hecho de tener que ir a un baño donde no
puedes ni siquiera sentarte mientras una salamandra te observa y se come un
mosquito del tamaño de tu ojo, no es muy agradable.
-
Eso
(y tantas cosas más) me han hecho pensar en la suerte que tengo de nacer donde
he nacido, con los privilegios que tengo. Yo no he elegido esta vida y tampoco
lo han hecho ellos por eso hay que ayudarles como podamos. Porque podría haber
sido al revés.
- Yo no les habré enseñado nada, pero ellos me lo han enseñado todo y por eso les estaré eternamente agradecida.
- Yo no les habré enseñado nada, pero ellos me lo han enseñado todo y por eso les estaré eternamente agradecida.
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