Kenia


Parte 1: Primeros pasos
A principio de curso se nos propuso un viaje. Pero este no era un viaje cualquiera. Este era un viaje a Kenia.
El propósito de este viaje es totalmente altruista ya que no vamos a visitar, sino a ayudar a los niños y niñas de un pequeño pueblo llamado Mombasa. Hace un año se propuso a unos alumnos de IB crear un proyecto de CAS donde se hermanarían los colegios San Cernin y Mbandi. Y eso hicieron. El proyecto consistía en recaudar fondos para mejorar el colegio de Mombasa e informar sobre la situación que se vive ahí y sensibilizar lo máximo posible.
A pesar de estar en Kenia durante dos semanas, el trabajo realmente se hace aquí ya que pocos conocen la situación que se vive ahora en este tipo de países, y así más y más gente se anime a participar y a ayudar como pueda. Este año me toca a mí. Después de un periodo de selección nos dijeron quiénes irían a Kenia y yo he tenido la suerte de estar entre ellos.
Ahora mismo me dirijo a mi primera reunión donde conoceremos más de cerca el proyecto y lo que tenemos que hacer. Estoy muy contenta, emocionada y tengo muchas ganas de empezar esta aventura. Pero sobre todo tengo ganas de ayudar.
Os seguiré informando :)

Parte 2: 
Poco a poco se acerca la fecha del viaje. Y poco a poco me pongo mas nerviosa. Pero son unos nervios bonitos, tengo muchas ganas de que llegue el día, pero también estoy algo preocupada por todos los preparativos; visado, vacunas… Que hay que hacer poco a poco y que me da miedo que se me olviden.  
Ya no tenemos reuniones, pero intento seguir informándome sobre Kenia y lo que vamos hacer para ir lo más preparada posible. También es cierto que ahora en medio de exámenes no es tan fácil encontrar tiempo para eso.  
Hace unas semanas nos pidieron que enviásemos una foto con una frase que sintetizase nuestro viaje a Kenia. Estuve pensado un buen rato en lo que significaba este viaje para mí y creo que encontré la frase que (para mí) resumía perfectamente el viaje: Aprender, conocer y disfrutar. Aprender porque me gustaría aprender lo máximo sobre ellos su cultura y costumbres, conocerles y enriquecerme de todo lo que me enseñen. Además, estoy segura de que disfrutare mucho del viaje. 
Os seguiré informando ;)

Parte 3: 

Después de numerosos preparativos, llegó el gran día. El viaje que nos cambiaría a todos. Para poder explicar de forma adecuada todo lo que hice y experimenté, contaré este viaje en forma de diario. Empezamos. 

(Si le das a las fotos se pueden ver ampliadas) 


Primer día: el viaje.

Me levanté hacia las 7 de la mañana con los nervios a flor de piel para ir a la estación de tren de Pamplona que nos llevaría directos a Madrid. Todos estábamos muy nerviosos y emocionados por la idea de viajar a Kenia, pasando antes por Doha (capital de Catar). Sin embargo, antes siquiera de montarnos al avión ya nos dimos cuenta del cambio cultural que se acercaba ya que ahora no viajaríamos a un lugar europeo y eso se notaba por la gente que embarcaba. 

Esta sensación se reforzó cuando, al subir al avión, además de tener todas las indicaciones en árabe e inglés tenías la posibilidad de escuchar el Corán en el avión. Es algo que me llamo la atención ya que no me solía pasar eso cuando viajaba en avión. El primer viaje, de Madrid a Doha, duró 7 horas y me permitió descubrir el maravilloso mundo de los trayectos largos, durante los cuales tienes tiempo de comer, dormir y ver la tele de la forma más cómoda. Para mí era la primera vez. 
Cuando llegamos al aeropuerto de Doha tuvimos la sensación de haber entrado en un mundo paralelo al nuestro. La infraestructura y la tecnología eran impresionante, pero más impresionante aun fue llegar al aeropuerto de Mombasa que ofrecía un gran contraste comparado con el de Doha. Allí fui consciente de que, en adelante, mi viaje no sería como los de antes. 
Segundo día: Bienvenidos a Kenia.
Cuando llegamos a Mombasa nos esperaba en la puerta del aeropuerto el que sería de ahora en adelante nuestro acompañante por Kenia: Abdalá. Después de hacer las presentaciones nos montamos catorce en un mini bus (lo que al principio parecía imposible).  Este nos llevaría a una especie de lago donde cogeríamos un barquichuelo que nos depositaria en Tsunza (el primer pueblo que visitaríamos). Nada más llegar, los habitantes del pueblo nos recibieron cantando y bailando (algo que es muy típico de allí, como descubriríamos más adelante); nosotros nos unimos a sus bailes y después fuimos andando hasta el pueblo donde dormiríamos.

Desde el principio me sorprendió lo generosos que son. Nos lo habían mostrado al coger la barca y limpiarnos los pies manchados por el barro. Nos lo confirmaron cuando las mujeres, sin inmutarse, cogieron nuestras maletas (que pesaban alrededor de 20 kilos cada una) y se las pusieron en la cabeza para transportarlas hasta el pueblo. Después de enseñarnos donde dormiríamos nos fuimos con algunos de los niños del pueblo hasta la playa, para bañarnos en el océano Índico. 
Para finalizar el día nos enseñaron el centro médico. Las instalaciones estaban mejor de lo que me esperaba, pero, en mi opinión, por desgracia no había tantos recursos como eran necesarios. Nos contaron que, a pesar de que en Kenia los preservativos son gratis (ya que el SIDA, por desgracia, es muy común), son muy pocos los que los usan porque no están muy concienciados sobre este problema. De ahí que una de las ramas de Children of Africa (asociación de la que hablaré más tarde) se dedique a la prevención del SIDA en las escuelas. 
Tercer día: Rumbo a Mbandi
Para llegar a nuestro nuevo destino nos llevaron hasta el lago, pero en vez de ir andando fuimos en moto. Ya habíamos visto a mucha gente utilizar los Boda Boda o Piki Piki como lo llaman ellos y yo tenía entre ganas y miedo de subirme a una ya que, además de ir sin casco, en muchas ocasiones podías ver hasta 4 personas en una misma moto. En nuestro caso, fuimos tres (incluido el conductor) en cada moto. Fue una experiencia que me gustó mucho y me hizo confiar más en ellos ya que, a pesar de la falta de seguridad, se veía que controlaban lo que estaban haciendo, y eso me tranquilizó. 
Al llegar a Mbandi, los habitantes volvieron a recibirnos cantando y bailando. Es curioso su recibimiento ya que no nos conocían de nada, pero desde el principio, nos enseñaron lo mucho que nos querían y lo contentos que estaban de vernos, algo que no se ve en todas partes, especialmente cuando eres nuevo o procedes de otra cultura o de un país totalmente distinto. Es más, aquí en Europa, por desgracia, no se les acogería de esa forma. Tuve la sensación de que, por su parte, no existen prejuicios y que nos van a tratar como al resto, e incluso mejor.

Después de presentarnos al pueblo recibimos los nombres keniatas que usaríamos en adelante. Fue un gesto muy bonito ya que, a partir de entonces asociaríamos ese nombre con muy buenos recuerdos y un trocito de Kenia. A mí me dieron el nombre de Chisi y, días más tarde, pude conocer a otra chica con el mismo nombre; enseguida nos hicimos buenas amigas. 
Poco a poco fuimos conociendo a la gente que vivía en el pueblo y que nos dejarían dormir en sus casas. Me sorprendió gratamente que nos dieran sus mejores habitaciones, camas y casas para dormir. Ellos podían tener poco, pero todo lo mejor de lo poco que tenían era para los demás. Creo que los occidentales tenemos mucho que aprender sobre esto. 
Por la tarde estuvimos jugando a diferentes juegos, mezclando algunos de nuestra cultura con los de la suya. Me llamo la atención los muchos juegos que conocían que incluían canciones y bailes; se pasaban gran parte del tiempo cantando y bailando, y lo hacían muy bien. A veces daba la sensación de que no tenían ningún tipo de vergüenza ya que, si sonaba una canción, todos se ponían a bailarla o a cantarla, algo que a mí me costaba un poco más. También me di cuenta que sus juegos son muy parecidos a los que había antes en España; con muy poco te podías divertir mucho, mientras que hoy en día, los niños necesitan todo tipo de juguetes para pasarlo bien. El aburrimiento viene muy bien para desarrollar la imaginación y divertirte después un montón con una rueda y un palo. 
Cuarto día: La cocina.
Para empezar el día fuimos hasta el colegio hermanado con San Cernin para conocer a los alumnos y jugar con ellos gran parte de la mañana. Nos comunicábamos en inglés ya que nuestro nivel de suajili no era muy bueno, pero, a pesar de ello, nos podíamos comunicar bien con todos. Durante estos juegos pude ver la cantidad de energía que tienen a pesar de no comer mucho y trabajar tanto. También me sorprendió el hecho de que no bebieran casi agua, al contrario de nosotros, que estábamos gran parte del día deshidratados. 
Para integrarnos más en la cultura africana nosotros nos encargábamos (con otras mujeres) de hacer las comidas y fregar a su modo. A mí me tocó varias veces hacer la cena y como cenábamos hacia las 7 o antes, a las 3 ya estábamos en la cocina para hacer mahambri, chapati o lo que nos mandaran. Me gustaba mucho cocinar con las mujeres, y compartiendo esos ratos con ellas pude ver que no tienen una vida fácil pero que son muy capaces de hacer lo que sea. Cocinar en esas condiciones requiere mucha paciencia, no hay hornos ni placas. Además, para ser más eficaz y rápido hay que controlar bien la técnica. Todas estas cualidades las tienen estas mujeres y tienen mucho mérito porque pasarse cuatro horas para hacer una cena que se comerá en 10 minutos todos los días, no es fácil.

La comida en Kenia no es muy variada, no porque no quieran sino porque no tienen mucha variedad de productos. A pesar de eso, son capaces de arreglarse y hacer grandes manjares diferentes con muy poco. Uno de mis platos favoritos era el chapati con alubias. El chapati es como una crêpe hecha de harina, agua, sal y azúcar (mucho azúcar). Después de hacer la masa se fríe con aceite de palma. El mahambri no es muy diferente ya que está hecho con los mismos ingredientes (añadiendo levadura) pero se deja fermentar y en este caso tiene forma de triángulo. Es parecido a un bollo y se puede acompañar con todo. Sin duda es una de las cosas que más echo de menos ahora.

También podía pasar que un día cenáramos ugali que es una masa (parecida a la miga de pan) hecha con agua y harina (solamente). Es la comida favorita (o la única) de muchos keniatas, que comen como plato único o como acompañamiento. A mí este plato, a pesar de no saber a nada no me gustaba, pero afortunadamente no tuve que comerlo muchas veces. Otra de las cosas que comíamos mucho era el arroz. Para preparar el arroz y que tuviera más sabor se hierve con agua de coco ya que el coco (como el mango) es una fruta que abunda por allí y que tuvimos la suerte de comer en muchas ocasiones. Varias veces (sobre todo cuando llegábamos a un pueblo) se nos regalaba un coco, para beber el agua y después cortar y comer la “carne”. 
Lo que más eche de menos en cuanto a comida fue la carne y el pescado. Por desgracia, en Kenia, no abundan. Podíamos ver cabras, vacas y gallinas por todo el pueblo, pero no estaban muy nutridas y cuando, el día que nos fuimos, mataron una cabra para nosotros (otra muestra de generosidad por su parte) había más grasa y hueso que carne. No quiero que dé la sensación de que me estoy quejando (porque no es así), simplemente he podido reflexionar acerca de la variedad de comida a la que estamos acostumbrados y como, a pesar de tener tan poco, ellos estaban deseosos de sacrificar su mejor cabra para darnos de comer. Su generosidad en ese momento me desconcertó. 
Quinto día: Una jornada en Mbandi
Después de despertarnos, cambiarnos y desayunar todos juntos todas las mañanas nos dirigíamos a el colegio que esta hermanado con San Cernin, en Mbandi. Nuestra estancia coincidió con un período en el que ellos tenían fiesta y, por lo tanto, tienen prohibido tener clase. Aun así, como estábamos allí, muchos de los alumnos venían todos los días para estar con nosotros, lo cual muestra una vez más su generosidad, su compromiso y lo abnegados que son (era ilegal tener clase en esas fechas).  

En el colegio, aparte de hacer intercambio entre los juegos keniatas y españoles teníamos clases donde nosotros aprendíamos más sobre su cultura y ellos más de la nuestra. Los primeros días se centraron en nosotros, por lo que hablamos sobre nuestro país, ciudad y colegio. Mostraban mucho interés (sobre todo los profesores) por nuestra cultura y nuestra forma de pensar o ver las cosas. Ellos también nos enseñaron muchas cosas suyas, por ejemplo, un día hicieron juguetes caseros, es decir, utilizando ramas de árboles y cuerdas consiguieron hacer unos coches de juguete impresionantes. Eran muy creativos, auténticos “manitas”.

Las tardes no se centraban tanto en el colegio, por lo que un hicimos una carrera para así poder premiar a los ganadores y participantes. La idea era no dar regalos traídos de España como si fuéramos Papa Noel, sino como recompensa por su trabajo. Me pareció muy buena idea porque así el esfuerzo y la participación serían recompensados. Esa misma tarde se les mandó a los chicos a hacer una letrina y las chicas, en cambio, fuimos a arreglar el huerto (aunque nos cargamos media plantación). Este micro machismo es algo que se veía a menudo en el pueblo, pero yo intentaba no darle mucha importancia, ya que tenemos culturas y pensamientos distintos y hay que respetarlos. 
Sexto día: El mercado.
Un día fuimos al mercado para ver todo lo que vendían. Fuera del pueblo, hubo muchas cosas que me llamaron la atención. En primer lugar, cuando salimos del pueblo las mujeres que normalmente iban cubiertas, pero no de forma exagerada o todo de negro por el pueblo, en este caso hicieron lo contrario. Iban vestidas de negro de la cabeza a los pies sin mostrar signos de calor. También fue curioso el recibimiento que nos dieron; muchas de las personas que allí estaban (muy probablemente) no habían visto a alguien blanco en su vida. Por lo que por todos se nos quedaban mirando (lo que era normal). 
El mercado era muy parecido a lo que podemos ver en San Fermín, mantas por el suelo sobre las que, en vez de ropa, vendían comida. Por desgracia, tampoco había mucha variedad, limpieza o seguridad en lo que comprabas por lo que, si la comida se vendía en el suelo, no era de extrañar que acabaras con algún bicho (o enfermedad) después de comprarla.

Séptimo día: Safari. 
Uno de los días se nos propuso hacer un Safari, la verdad es que a mí me hacía mucha ilusión y me gustó mucho la experiencia. Sin embargo, no estaba muy segura de sí era apropiado ir de Safari cuando había ido a Kenia para ayudar, y no de vacaciones de ocio. Al principio no quería comentarlo aquí en el blog porque no me parecía que estuviera relacionado con CAS, pero como me ha hecho reflexionar sobre mi papel como voluntaria me ha parecido interesante comentarlo. Me sirve de consuelo el hecho de que gracias a este safari que hicimos (y pagamos) pudimos contribuir de cierta manera a la subsistencia de los trabajadores de Kenia. 
Aunque sin duda lo que más me sorprendió del Safari no fueron los animales en sí, sino el recibimiento que tuvimos al volver a Mbandi. Creo que nunca me habían recibido tan bien y nunca lo volverán a hacer. Todo el mundo cantaba, bailaba y nos decía lo mucho que nos había echado de menos en esas pocas horas. A mí esto me emocionó y sorprendió mucho; estaba agotada, pero me pareció precioso. Nunca me habían recibido así, y ni siquiera mis padres me iban a dar una bienvenida así después de dos semanas sin verme: al fin y al cabo, is the african way.

Décimo día: Volvemos a Tsunza
Después de más de una semana, tuvimos que irnos de Mbandi por problemas de salud y porque estábamos dejando el pueblo sin agua. Esto último me dio mucha pena ya que ellos nos habían acogido, nos habían dado todo lo que tenían y nosotros habíamos gastado gran parte de su agua (cuando tampoco había mucha). Sin embargo, en ningún momento vi caras de reproche o de enfado hacia nosotros por estarles dejando sin agua y esto me sorprendió mucho. Su generosidad va mucho más allá de la que yo podía concebir. Para ellos ser generoso era algo lógico que daban por hecho que había que hacer. 
Para despedirnos del pueblo de la mejor manera a la mañana fuimos a desayunar con los profesores al colegio y, después de oír varios discursos de agradecimiento y hacernos muchas fotos, llegó la parte más dura: despedirnos de los niños. En estos pocos días les habíamos cogido mucho cariño a todos y muchos no pudieron contener las lágrimas al despedirse. Nos dirigimos todos juntos hasta Mbandi para despedir el resto del pueblo y es ahí cuando nos encontramos a todo el pueblo reunido para despedirse de nosotros, muchos de ellos bailando, cantando, y algunos incluso llorando.
Fue muy duro ya que había que hacerse a la idea de que no volveríamos a verles, pero yo me mantuve positiva diciendo que volvería a verlos (y eso haré). En todo este tiempo no me separé de las dos chicas que más amiga me había hecho: Chisi y Reachol; también tenía muy buena relación con muchos más niños, pero a ellas les tengo especial cariño. Nos hicimos muchas fotos juntas y bailamos con el resto. La despedida se hizo muy larga porque no llegaba el autobús y eso era casi peor ya que alargaba el sufrimiento. Yo al principio no lloré, pero hubo un momento en el que me rompí. Fue cuando mama Umasi (una de las madres que cuidaba de nosotros y dueña de una de las casas donde dormíamos) se despidió de nosotros y empezó a llorar desconsoladamente. Era una mujer de apariencia irrompible, fuerte, trabajadora pero no pudo aguantar las lágrimas al despedirse de nosotros y a mí eso me hizo llorar también. 


El viaje a Tsunza fue como volver a hacer un safari, vimos muchos monos (les he cogido fobia) y nos dijeron que podríamos ver elefantes, pero no tuvimos esa suerte. Al llegar a Tsunza, como ya nos conocían, no nos hicieron un recibimiento como el de la última vez, pero se reservaban para los días siguientes. Nos llevaron a dar una vuelta y ver la costa desde una montaña que tenía vistas preciosas y con eso acabamos nuestra larga jornada. 
Últimos días: La vida en Tsunza.
A pesar de ser un pueblo muy bonito con gente muy simpática, personalmente no llegué a conectar tan bien como hice con el pueblo de Mbandi. Una de las razones seguramente fue que pasamos solo cuatro días allí, lo cual no es suficiente. Sin embargo, también pienso que influyó el hecho de que en Tsunza están mucho más acostumbrados a recibir y despedir a voluntarios mientras que en Mbandi era la primera vez. Aun así, me lo pasé muy bien con todos e hicimos un montón de cosas. 
Seguíamos una rutina muy similar a la de Mbandi, después de despertarnos, ayudábamos con el desayuno y después de desayunar nos íbamos a hacer diferentes actividades. Desarrollamos una especie de gymkana para los niños del colegio por lo que cada mañana realizábamos juegos muy sencillos a las diferentes clases (por ejemplo, relevos o el juego de las sillas); todos lo pasamos muy bien. Mi parte favorita era cuando jugamos a las estatuas con música que ellos nos habían enseñado, y bailaban y cantaban un montón. Por la tarde todo era más tranquilo. Un día fuimos a ver como las mujeres hacían pulseras mientras otros visitaban el centro médico. Fue muy interesante ver como se organizaban ellas mismas para hacer las pulseras, una tarea aparentemente sencilla pero que pude comprobar que no lo era tanto. La práctica hace la perfección y eso se nota porque ellas manejaban perfectamente lo que hacían y trabajaban a una velocidad de vértigo.

Otra de las tardes fuimos al colegio privado local para hacer un mini debate con los chicos más mayores. El tema escogido era: ¿por qué es más importante educar a las mujeres que a los hombres? No me sentía muy cómoda con esta pregunta ya que, en mi opinión, todos merecemos educación tengamos el sexo, cultura, edad o pensamientos que tengamos. Aun así, dejé mis ideas a un lado para concentrarme en el debate. A pesar de ser muy listos me fijé que no les gustaba expresar sus ideas incluso a sus compañeros. Y muchos al ir a hablar en público se bloqueaban y acababan sin decir nada. Me dio pena porque hablar en público me parece algo esencial, que no practicaban. Espero que en el futuro se imparta más en las clases. 
Sin embargo, la visita que más me gustó fue la de Priscila, que vino al pueblo para vernos. Priscila, que es la hermana de Willy, sigue teniendo a toda su familia en Tsunza (padres, hijo...) pero ahora vive en Mombasa para poder estudiar.
Me pareció admirable su compromiso con su trabajo (dirige Kynango for life, una asociación que se encarga de la prevención del SIDA en Kynango) y sus estudios, ya que ha dejado todo para hacer algo que le gustaba. Además, durante esta visita no pudo ver a su hijo y no solía venir a el pueblo. 
Al estar tan pocos días no pudimos crear relaciones tan sólidas como en Mbandi. Aun así, conocimos a grandes personas en estos pocos días. Las madres que nos ayudaban a hacer las comidas (curiosamente, ambas tenían un hijo llamado Freddie). Una de ellas (Sara) hablaba muy bien inglés y me sorprendió las conversaciones tan interesantes que tuvimos. Además, su hijo era monísimo. También pudimos conocer a la famosa Ruquia, de la que nos había hablado muy bien Pablo. La verdad es que no mentía cuando la elogiaba. Estaba siempre con nosotros haciéndonos compañía, siempre con una sonrisa, hasta cuando estaba lavando los platos. Tuve la suerte de hablar un poco con ella y pude ver enseguida que era una niña muy lista y madura para su edad.

Regreso a casa: Cosas que me han sorprendido.
En estas dos semanas vimos y experiencias muchas cosas que a veces son muy difíciles de explicar correctamente. En este apartado voy a intentar explicar lo que más me ha impactado o sorprendido por distintos puntos: 
-          Al principio, pensaba que no aprendería nada suajili ya que hablaríamos mucho inglés, pero me equivoqué, aunque no creo que pueda pasar un examen con mi nivel, estoy muy contenta de lo poco que se.

-          Ya lo había visto en fotos, pero me sorprendió verlos la mayoría del tiempo descalzos, pisando todo tipo de basura o cristales. Y no era porque quisieran ir descalzos, sino porque, desafortunadamente, no tenían nada que ponerse.

-          Esperaba ver diferentes bichos o arañas, pero lo que no había previsto era la cantidad de moscas. Sobre todo, a la hora de comer podías encontrarte con diez posadas sobre ti mientras comías, al tiempo que cincuenta más volaban a tu alrededor. No me daba asco, más bien me molestaba, pero al cabo de unos días desarrollé una piel insensible a las moscas.

-          A pesar de haber una restricción de plástico en Kenia, en los pueblos podías encontrar gran cantidad de basura de plástico en el suelo, calles… Nosotros tenemos la suerte de tener barrenderos, basureros y todo tipo de máquinas que retiran nuestros desechos, pero ellos, por desgracia, tienen que cohabitar con ellos.

-          En estos pueblos no suele haber televisiones en todas las casas, pero en una de Mbandi había, y cada noche, después de cenar, todos los niños del pueblo se concentraban allí para ver la telenovela que ponía la madre. Podía ser malísima, pero todos estaban contentos de ver la tele. Damos por supuesto que todo el mundo tiene televisión, pero por desgracia (o por fortuna) no es así.

-          La educación también es distinta a la que hay en España. Me dio la sensación (en Mbandi) que los profesores (algunos) no se tomaban en serio las clases, muchos llegaban tarde (o no llegaban), pegaban a los niños… Sé que yo no soy nadie para juzgar (y por eso no lo hago) pero fue algo que me llamo la atención y me impactó. Aunque no era muy diferente hace unos años en España.

-          Me gustó mucho que nos enseñaran tantas canciones y juegos típicos africanos porque así siento que, me he llevado algo de cultura keniata y sobre todo, (aunque pueda sonar ñoño) un trozo de su corazón.

-          La higiene y los sanitarios en general fue sin duda lo que más me impactaron y afectaron. No soy una persona muy exquisita y si me tengo que duchar una vez cada tres días no me quejaré. Pero el hecho de tener que ir a un baño donde no puedes ni siquiera sentarte mientras una salamandra te observa y se come un mosquito del tamaño de tu ojo, no es muy agradable.

-          Eso (y tantas cosas más) me han hecho pensar en la suerte que tengo de nacer donde he nacido, con los privilegios que tengo. Yo no he elegido esta vida y tampoco lo han hecho ellos por eso hay que ayudarles como podamos. Porque podría haber sido al revés. 

-       Yo no les habré enseñado nada, pero ellos me lo han enseñado todo y por eso les estaré eternamente agradecida. 

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