Pintando mural

Un día, mientras teníamos clase de CAS, nuestro profesor Pablo nos propuso pintar un mural en la pared de uno de los patios de nuestro colegio. 

Una proposición a la que no pudimos decir que no. Enseguida, los más creativos y entendidos en dibujo empezaron a pensar en ideas y en la disposición del nuevo mural. Cuando ya tuvieron dos bocetos, votamos y entre todos escogimos la idea que queríamos pintar.

Y ahí estábamos, dos semanas más tarde, con el material listo para darle la primera capa de pintura (blanca) a la pared. Lo que podía parecer una tarea fácil, ya que consistía en simplemente pintar de blanco con unos rodillos la pared, se volvió algo ardua.
En primer lugar, no se trataba únicamente de pintar de blanco, ya que hay que preparar el lugar donde vamos a pintar. No podíamos manchar el suelo o estropear las porterías que hay empotradas, lo que hizo que dedicásemos parte del tiempo a recubrir las porterías y el suelo. No obstante, no fue del todo eficaz... 

Por otra parte, yo me esperaba que aplicando simplemente pintura blanca a la pared el dibujo que había anteriormente desaparecería, pero no fue así y solo al final de la mañana logramos ocultar el dibujo.


Además, terminar de pintar no significa irte a casa y ya está. Había que limpiar y recoger todo el material. Entre otras cosas, limpiamos los rodillos de manera que podamos reutilizarlos la próxima vez.

Sin embargo, gracias a estas horas que dedicamos a pintar la primera capa del mural aprendí varias cosas.

He aprendido a valorar el trabajo duro; pintar una pared puede parecer fácil y gracias a las nuevas tecnologías creemos que todo nos viene inmediato. Sin embargo, algo tan sencillo como pintar de blanco lleva muchas horas de trabajo y hasta que uno no se pone a hacerlo no se da cuenta del esfuerzo que conlleva. 

Al final del día me sentí muy satisfecha conmigo misma, había acabado de pintar un mural después de un intenso esfuerzo, un mural del que ahora me siento muy orgullosa.

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